miércoles, noviembre 29, 2006

a propósito de lo anterior

Leyendo el hallazgo del post anterior, me reconozco bastante y hasta me doy risa. Siempre que sufro eso que llaman mal de amores o más bien mal de desamores: cuando una relación termina y duele; brota en mi el gen mexicano tipo José Alfredo y lo único que se hacer en esos casos es beber y escuchar música sin ser molestado. Cuando lo hago en casa no pasa nada. Pero cuando me voy a las cantinas siempre terminan pasando cosas extrañas. Una de esas veces -tampoco son tantas, no vayan ustedes a creer que es algo habitual- en que acabó una relación, la chica en cuestión sabía de mis ataques súbitos de gen mexicano y cuando vino a buscarme a casa y se dió cuenta que no estaba, intuyó que andaba yo en las cantinas. Ella venía del gimnasio y vestía esos pants entallados que parecen mallas -según me contó después-, y así tal cual se fue a buscarme a las cantinas habituales de la zona centro de la ciudad. Nada más imagino las miradas libidinosas que recorrieron su cuerpo mientras entraba y salía de ellas -yo hubiera hecho igual, si a la cantina llega una chica en mallas-. Después de varias horas de búsqueda infructuosa se dió por vencida. Yo no estaba en las cantinas habituales. Me había metido a beber en el Diamante Disco de la calle primera desde las 4 p.m., salí de allí varias horas después, cuando un molesto borracho no dejaba de joder en la barra y terminé dándole un puñetazo en la cara, el cual por su estado etílico lo hizo caer al suelo como tablita. El cantinero me recomendó que me fuera de allí y seguí su consejo. Me regresé a casa riendo todo el camino y por un rato se me olvidó mi mal de desamores.
Aunque no quiero hacer de las peleas cantineras una costumbre cada vez que me duela el corazón, creo que ese día era justo lo que necesitaba. Sólo espero que eso haya sido una situación única y no el principio de una tradición, sino algún dia me van a partir la madre, además de traer roto el corazón.
Y eso debe ser doblemente triste...

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