jueves, julio 10, 2003

Ayer

Después de una cita pospuesta para las ocho de la noche. En lugar de regresar a casa y encerrarme en mi habitual espacio de poca luz -suelo tener prendidas sólo dos pequeñas lámparas para alumbrar toda mi casa y casi nunca abro las cortinas, ni las persianas- decidí ir a la playa y ver el atardecer caminando por el malecón. Extrañamente el clima era insuperable y el lugar se encontraba repleto de gente disfrutando del radiante sol que todo iluminaba.
No deja de llamarme la atención, que en nuestra cultura méxico-mujigata, nadie utiliza traje de baño para sambullirse en la playa. Todos andan con shorts y camisetas desmedidamente largas. Pensar en un bikini, es una imposibilidad, casi , casi: una utopía.
Seguimos siendo bastante recatados los mexicanitos a la hora de mostrar nuestras carnes al viento y a la mirada de los otros. El pudor nos tapa el cerebro y una camiseta Hanes nos tapa el culo y hasta las rodillas.
Yo con mi poco gloriosa y blanca panza conseguida en largas sesiones de tarros de cerveza y pastas, no concibo la idea de desafiar al mar en camiseta. Pensaba en todo ésto mientras caminaba entre niños corriendo y otros niños que jugaban a la pelota, señoras que les gritaban a esos niños y señores que comían mangos con chile como si la vida no tuviera fin.
Me di cuenta que mucha gente saca a pasear a sus perros a la playa y también a sus novias que los traen como perros. Me tocó ver a una pareja con chihuahueños (son perros o ratones?) sujetados por una correa. Él era un gordo enorme con una correa diminuta y un perro más diminuto aún. Ella era una flaca que parecía un perro salchicha caminando en dos patas. Irónico, no?

Hice un alto en el café latitud 32, pero como no tomo café, pedí un Perrier y seguí mi recorrido escuchando el mar que siempre es un loop eterno y esperando a que el sol se escondiera por completo tras el horizonte.
Cuando ésto pasó, transité por última vez por el malecón de ida y de vuelta y como ya no había sol que espiar, me dediqué a obeservar las tetas de las chicas de otros. Un espectáculo natural igualmente maravilloso, probablemente pecaminoso, pero quizá más enigmático que una puesta de sol...

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