jueves, abril 10, 2003

Amigos de Vida

Hoy me acordé mucho de un par de viejos amigos. A los dos tengo muchos años sin ver, uno porque ya es humanamente imposible hacerlo, el otro es simplemente la distancia la que nos mantiene apartados. Victor García se llama el que creo que todavía debe estar metido en el conservatorio. Fue con él con el que empecé a los 17 años a hacer música electrónica. Ël me dió mis primeras lecciones de sintetizadores, de cajas de ritmos y de secuenciadores, después lo dejó todo por un violín y después El Destino permitió que dejáramos de hablarnos.
La vida separa a la gente que alguna vez compartió los sueños y la propia vida. Pero si algún día voy a tocar a Morelia, iré al conservatorio de Las Rosas a buscarlo, quizá ya sea maestro y quizá nos podamos tomar una cerveza y platicar de cuando consiguió su primer Moog, su primer sampler Akai y su primer Atari ST40 para secuenciar canciones y quizá podamos platicar de todas esas tardes en que soñábamos con tener un disco y dar conciertos por el mundo antes de los 20 años. Soñábamos con ser como Depeche Mode, pero con un look menos gay.

Quizá Victor ya no esté en Morelia, quízá finalemente haya cumplido su sueño de irse a vivir a Suecia. Recuerdo que detestaba la vida en México y lo que para él eran las tercermundistas costumbres de todos los que aquí habitábamos. Recuerdo sus berrinches por la señoras que pitaban para recoger a sus hijos a las puertas del Colegio Mentor Mexicano (a media cuadra de su casa). Recuerdo su intolerancia hacia los que no compartían sus gustos musicales y sus visiones de vida. En un lapso de dos años leyó todas las novelas de Isaac Asimov y tenía un librero repleto de ellas, no leía otra cosa que no fueran relatos o biografías de Isaac Assimov. El día que murió el escritor fantástico, él se deprimió mucho y no me habló en semanas.
A pesar de conocerlo muy bien, hubo un incidente que hasta a mí me soprendió, fue el día en que a su padre le robaron el estéreo del carro, mi amigo, se dedicó a dormir con un bat en la sala de su casa durante semanas, dispuesto a matar al ladrón si alguna noche decidía volver por algún otro aditamento automovilístico..
Así era de obsesivo, siempre revisaba los cerrojos de las puertas de su casa varias veces al salir y nunca dejaba su casa sola por ningún motivo. En cuanto entrabas al corredor de su sala, invariablemente te ofrecía una CocaCola, la cual sacaba de una bodega bajo la escalera y luego la vertía en un enorme vaso con hielos. La última obsesión que le conocí, antes de dejar de verlo, eran los pastores alemanes. Compró tres y eran lo más importante en su vida.
No tenía muchos amigos y aunque estoy seguro que no era gay (debido a su afición por las actrices porno) nunca le conocí una novia o una amante, ni siquiera furtiva. Éramos tres los que lo visitábamos con frecuencia, Arturo, Pablo Hernández y yo.
Pablo murió en 1994, a los 24 años de cáncer en la próstata, "los Dioses aman a aquellos que mueren jóvenes" dijo alguna vez Catulo. Y ese quizá sea el único consuelo o la más demencial explicación, para el caso es lo mismo. Por medio de una llamada telefónica de Victor, me enteré de la muerte de Pablo en un hospital de San Diego. Colgué el teléfono y me puse a llorar en la que era mi oficina y estoy seguro que él hizo lo mismo.
Además de cientos de recuerdos, de Victor García me queda un sintetizador Roland SH 101 gris con una calcamonía que dice Boss.
Todavía estoy esperando que algún día me lo pida, será un buen pretexto para verlo, a pesar de que con ese encuentro, ya no vuelva a ver ese hermoso sintetizador analógico en mi estudio de nuevo.

Pablo Hernández era menos radical en su visión del mundo que Victor, pero a los tres nos unía nuestra pasión inmesurada por la música.. Él era alto y flaco y portaba unas ojeras permanentes que parecían antifaz. Siempre reía ante mis comentarios sarcásticos y creía firmemente que en la casa de un primo mío, habitaban fantasmas y para convencerme, me contaba historias de cadenas que se arrastraban por la noche y de gritos inexplicables. Nunca le conocí afición alguna excepto la música y las chicas dark. Me quedan casi exclusivamente puros buenos recuerdos de nuestros tiempos compartidos, sobretodo, las largas sesiones musicales de mediados de los ochentas, tardes que después de la secundaria y todavía en los primeros semestres de la preparatoria, nos poníamos a escuchar: This Mortal Coil, Dead Can Dance, Bauhaus, Joy Division, Tons on Tail, Love and Rockets, Jesus and Mary Chain, The Cure, The Cult, Echo and The Bunnyman, Nitzer Ebb, el insuperable recopilatorio de la 4AD: Lonely is an Eyesore. Los discos de Yazzo, de New Order, de ColourBox. El único mal recuerdo de esos tiempos y esas tardes de fascinación sonora, se lo debo a su padre, cuando un mal día me corrió de su casa por llevar mi camiseta blanca de PIL, mis levis morados, mis creepers rojos y el pelo pintado de negro.
Pablo Hernández Muro murió, la lápida con su nombre y sus dos apellidos la veo cada vez que bajo por la calle segunda. Está enterrado casi a ras de la banqueta.
Si bien, ya no habrá más pláticas, ni más discos para disfrutar juntos, su legado no desapareció, fue él quién formó a Quinta Reunión, grupo germinal de lo que luego fue el más sofisticado y elegante grupo de rock que esta ciudad haya dado: Nona Delichas.

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