domingo, febrero 09, 2003

Tango

Adelanté mi regreso de Monterrey y ya no tuve tiempo de probar ese prometido rabo de toro de lidia (misión pendiente para otra vuelta), el sábado me levanté tarde y como no localicé al promotor que me llevó a tocar, decidí rondar las cuadras del Hotel Fundador en el Barrio Antiguo en busca de comida. El día era una saudade dolorosa y terminé triste comiendo en un maldito Mc Donalds. Siempre he pensado que comer hamburguesas sólo es digno en Estados Unidos donde la gente vive feliz pensando que el queso amarillo es un queso de verdad. En cualquier otro lugar, comer hamburguesas, es llanamente: patético. Y así me sentía yo.
Pensaba en el rabo de toro de lidia que no fue, mientras me conformaba con unos chicken nuggets. Pero la tarde era así, cargada de tristeza. Este viaje no fue sino un malviaje (literalemente hablando) y solo podía pensar en el regreso a casa, nada de huestequecas, ni de cascadas, ni siquiera cervezas de una barra gratuita.
El concierto fue bueno, siempre me encuentro con gente que aprecia nuestra música y eso me emociona y casi siempre me sobrepone de cualquier triste momento, pero esta vez ya estaba programada de antemano mi angustia.
El Cadaqués sigue siendo mi lugar favorito y esa noche tijuanera, lucía repleto y radiante. Pero esa noche en particular, mi mente estaba pensando en otros beats y no precisamente musicales. Sonreí lo que pude para que nadie lo notara y terminé arrastrando mi mochila con mi laptop y mi vida por dos larguísimas cuadras (o ellas me arrastraban a mí?) mientras hacía radicales decisiones sobre mi vida futura y ponía en pausa muchos planes.
Entré al hotel, pedí la llave del 205 y cerré la puerta como quien cierra un capítulo en su vida. Y así fue...

Entre el avión y el hotel leí dos libros que fueron como dos cables de salvación ante mi destierro mental y mis ganas de estar en Ciudad T. Me divertí mucho leyendo Instrucciones para Cruzar la Frontera e imaginaba a L.H. escribiéndolo y lo recordaba bailando en La Estrella. Si hubiera 10 como él en Tijuana, estaríamos salvados. Sólo espero que su libro siga vendiendo mucho para que mucha gente lo lea, aunque los envidiosos siempre encontrarán diatribas para nuestro Front-Erizo. El otro libro es uno de ensayos de Umberto Eco que se llama La Estrategia de la Ilusión, del cual disfrute especialmente los textos sobre Las Crónicas de la Aldea Global y De Consolatione Philosophiae. Eco es simplemente: lúcido como pocos. Desafortunadamente en Tijuana no hay Umberto´s Eco´s, pero por lo menos hay un Crosthwaite, que ya es fortuna.

Mientras pasaba mi tarde mega-agónica en el Hotel Fundador, estuve viendo un programa especial del Tango y reafirmé mi devota pasión por esa música porteña. Estoy seguro que después del sintetizador, el bandoneón es el instrumento más fascinante que mis oidos han escuchado. Si el acordeón es un violín, el bandoneón es una viola.
Me gusta más el bandoneón que el acordeón. Aunque mucha gente los confunda, en realidad son parientes lejanos y su dificultad y manera de ejecución en nada los aproxima.
El bandoneón carga un sonido más sensual, más cálido, mas grave y más apasionado. Recordé lo mucho que me gusta Pugliese, De Caro, De Falla, las letras de Expósito, y por supuesto la arriesgada propuesta del renovador del tango sesentero: Astor Piazzolla.
Poca música me conmueve tanto como un tango, el cual siempre es pasión, melancolía y muchas veces: muerte.
Mi vida en ese instante estaba directamente unida al tango, mi vida era un tango.

Ya montado en el delirio del ensimismamiento reconocí incrustado en mí el swing de sus cadencias musicales:

Tango de Soledad Citadina

El amor es siempre una ilusión momentánea
una copa de fuego que termina consumiéndote por dentro
que casi nunca otorga tregua o Tiempo de Revancha
a que infeliz atardecer me has condenado?
Y todo terminó como termina la luz de cada día
lo siento, yo te quería

Esta ciudad me mata
me sumerge y me ahoga en desencanto


Y ahora estoy aquí recobrándote en pedazos
en imágenes confusas
ante este vendabal que me arrastra y que me agita:
todos los recuerdos y completa de lleno tu memoria
y mi miedo de vivir muriendo en esta soledad citadina
bajo la nube gris del engaño, de tu descomunal engaño.
Y todo terminó como termina la luz de cada día
lo siento, yo te quería.



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