martes, febrero 20, 2007

"Tripear" al Buki (ex-Buki, propiamente dicho)

Cualquiera que pase algunas de sus noches en las cantinas con rocola (sinfonola, dicen que se dice correctamente en español), ha tenido como compañero de alcoholes, la voz de Marco Antonio Solis -el Buki-. Es de esos pocos artistas-cantantes, que aunque no tengas un solo disco de él en tu player, te sabes trozos de varias canciones, sino es que todas las canciones de principio a fin.
Yo nunca he ocultado lo buenas que me parecen varias de sus letras e incluso al calor de la compañía nocturna, me he atrevido a hacerle segunda.

Hoy en Milenio aparece una reflexión de mi feminista favorita, la multipremiada y multilaureada escritora, Cristina Rivera Garza (la gurú de las masmorras locales). Nunca había visto al Buki desde esa luz con que Cristina lo describe. Pero creo que en mucho, tiene razón.

Va la nota en copy/paste (subrayo en negritas, las reflexiones que más llamaron mi atención):


La complicidad del ventrílocuo
El dicho previene contra acciones riesgosas, tales como casarse o embarcarse, pero por más que busqué en los confines más bien flexibles de mi memoria no encontré ninguna máxima que prescribiera: el martes 13 no vayas a ver al Buki. Aunque, me corrigieron, sería más preciso decir el ex Buki, puesto que ya no forma parte de la banda del mismo nombre y, ya en un arranque de perfección, esto también fue producto de las lecciones recibidas in situ, todavía sería mejor decir, nada más, Marco Antonio Solís, asumiendo, claro está, que todo mundo sabe que se trata del cantante popular nacido en el estado de Michoacán al que con mucha frecuencia, sin embargo, se le denomina como Latino. Al tanto, pues, de que no trasgredía ninguna de las estrechas limítrofes que establece el martes 13, no lo pensé mucho cuando apareció la invitación y, más pronto que tarde, me encontré formando parte de uno de esos eventos multitudinarios donde se refrendan, a mi entender, dos cosas: una idea (y una práctica) de lo popular como Lo Diverso, y un momento de ventrilocuismo social que traviste las relaciones de género. Me explico.Es de todos sabido que, para que un cantante la haga en grande, para que tal cantante se vuelva verdaderamente popular, es necesario que reclame como propia la experiencia de lo que le es ajeno. Los grandes héroes populares, de Pedro Infante a Cuauhtémoc Blanco, son populares porque convocan no sólo a los símiles sino también, acaso sobre todo, a los disímiles. Como argumenta bien la historiadora Anne Rubenstein, en Del Pepín a los agachados, cómics y censura en el México posrevolucionario, que no hace mucho publicara el FCE, uno de los grandes logros del régimen priista que resultara de la Revolución Mexicana de 1910 fue la producción de la cultura, entendida como cultura popular, en tanto arena flexible, apto terreno de incorporación de Lo Diverso. Siendo a la vez uno y su contrario, como argumentara tan hábilmente Cantinflas y, antes de Cantinflas, la Divina Trinidad, Lo Diverso pudo congraciarse con más o menos todo, asegurando así su permanencia. Algo parecido, pero escenificado en cuerpos, sucedía ese martes 13 alrededor de la figura piernilarga, cubierta de terciopelo azul (¿había ahí un príncipe ídem?), del ex Buki. Lo Diverso no sólo se notaba en los asientos repletísimos del lugar –jóvenes y no tan jóvenes, mujeres y hombres y mujeres sin hombres, señoras de estola sobre los hombres y jovencitas con el rubor del primer enamoramiento– sino también sobre el escenario. Acompañado de la sección de cuerdas de la Sinfónica del Distrito Federal, un piano de cola (en el que Raúl Di Blasio tocó una melodía), mariachi y banda, Solís se aprestó a seguir un programa signado por cambios radicales de ritmo, transformación súbita de líricas y, consecuentemente, altibajos de carácter más o menos emocional: melodías quejumbrosas seguidas, por ejemplo, de ritmos trepidantes en los que la amada de la canción precedente, se convertía, y todo esto de súbito, en la recién despreciada. Moviéndose con singular ligereza, pues, por entre las regiones musicales del territorio nacional, Solís no tuvo empacho en extender sus dominios más allá de las fronteras, ya hacia el sur, aunque sobre todo hacia el norte, zona en el que ya de este o del otro lado de la frontera, aunque siempre en español, Solís tiene un buen porcentaje de seguidores.A diferencia de los ídolos de multitudes que llenan, a fuerza de carisma, el escenario que pisan, Solís basa su fuerza en establecer una relación de sojuzgado (¿femenino?) respeto con el público. Jugando con poses de obvias reminiscencias religiosas (Solís termina sus interpretaciones clave con los brazos en cruz, ofreciendo el pecho al respetable), Solís también ensaya una caballerosidad muy del siglo XIX con sus seguidoras (cuando ellas se aproximan, por ejemplo, él establece cierta elegante distancia al besarles la mano). Combinando gestos de amor y paz de los setenta (los dedos en V, además del típico cabello largo) con breves discursos sobre la relevancia del amor (que consiste, en resumen, en sentirlo todo sin pensar), el ex Buki también expresa de manera no por variada menos continua su fe en un único y máximo creador. Pero por sobre todo esto, Solís y su masculinidad suave –más dolorida que violenta, más abierta que pasiva– participan de un acto de ventrilocuismo social en el que la complicidad con las mujeres –que son su público– resulta fundamental. Como tantos baladistas románticos, Solís enuncia lo que las mujeres desean escuchar: él ruega, pide perdón, implora, comprende, llora, espera, extraña. Sirviendo de vehículo (¿o es parapeto?) para un mensaje femenino que se dirigen las mujeres a sí mismas, el cuerpo masculino de Solís cumple otra función importante: salvaguardar el entramado heterosexual del envío. Así, producido por mujeres, el mensaje sólo puede ir de regreso a su lugar de origen, que son las mujeres, es decir, a la audiencia, después de haber pasado, cual garita de migración identataria, por vías del cuerpo masculino de Solís. Así, cuando las bailarinas exóticas (ataviadas muy globalizadamente en banderas latinoamericanas) irrumpen sobre el escenario rebosando de carnes, uno no puede sino sonreír ante el esfuerzo monumental que nos cuesta organizar un guiño colectivo: aquí, sobre este escenario, hay una mujer disfrazada de hombre para tranquilidad y gran gusto de las mujeres del respetable. Está bien, lo diré en palabras más dulces, que es lo que le corresponde a mi género, diré: aquí hay un hombre de masculinidad suave dispuesto a acatar, en su espacio físico y discursivo, los extraños mensajes y más extrañas voluntades de las mujeres. A cambio, además de recibir la devoción de las que se saben acatadas, Solís acumula discos de platino en algunos de esos trozos de su alma.

PS: releyendo el artículo de Cristina -que me parece formidable, por cierto-, me encuentro con la conclusión paradójica de la manera tan cabrona en que te juzgan las mujeres. Por un lado si eres como "mi pobre" Buki que "ruega, pide perdón, implora, comprende, llora, espera, extraña", te pueden llegar a acusar de ser "una mujer disfrazada de hombre". Y cuando no haces ninguna de esas cosas (rogar, pedir perdón, implorar, comprender, llorar, esperar, extrañar) o por lo menos no lo exteriorizas, aunque las haces; te acusan de ser un machote insensible, egoísta y hasta egocéntrico -cosa que me ha pasado no una, sino muchas veces-.
¿Quién entiende a las mujeres puesn?

¿Cómo se le hace para no ser un machote insensible, pero tampoco ser "una mujer disfrazada de hombre"?
Someone help me , please...

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