viernes, noviembre 29, 2002

NOCHES DE MESONES ELECTRONICOS

¿Por qué la vida siempre tan repleta de laberintos?

A veces creo que nos estamos acostumbrando a la idea de que la
distancia más cercana entre dos puntos ya no es una línea recta, sino mil vueltas.
Siempre la irrealidad más real que la realidad.
Queda poco por creer cuando la duda siempre marca nuestros pasos,
cuando está presente en cada mirada, en cada sombra,
en cada recuerdo que pasa cerca de nosotros fingiendo que nos toca la espalda.
Sin darnos cuenta, vivimos en círculos concéntricos
y para nuestra desgracia, muchos de nosotros nos quedamos bailando a ritmos lentos sobre el primer anillo.
Después de la música aparecen los cuerpos bailando.
Sinembargo, yo prefiero pasar mis noches lejos de las bocinas, observando los letreros luminosos
y reacomodando sus vocales.
Con su peculiar tipografía, imagino nuevas palabras que no registran aún los diccionarios:
Jeluo, Prucuedi, Ceyitu, Bendu.

Las luces siempre pulen la imaginación y a veces hasta la soledad y las decepciones.
No hay dolor demasiado fuerte que mil watts no hagan olvidar.
Para nuestro infortunio después de la intensa luminosidad llega por factura el encandilamiento
y aparece la imperiosa necesidad de cerrar los ojos y verlo todo más oscuro que antes.
Apunto la mirada hacia adentro, veo las manos que se tocan, los cuerpos que se juntan,
las risas que fingen divertirse e imagino que soy yo,
mientras permanezco estático, inmóvil y deslumbrado
como la presa ante el cazador de luces.

Vuelvo a la (ir)realidad mientras camino hacia la barra,
me saluda gente que pensé que me odiaba,
después una chica me cuenta que su hermana está en una isla semi-desierta
que por casualidad yo conozco y me dice que la próxima vez que vaya le avise
para llevar algunos encargos de la civilización moderna
y yo pienso en lip sticks y en paletas de bombón con cara de payaso.
Alcanzo a escuchar al último DJ que toca música inefable y me dispongo a apagar la luz
y a esperar a que todos salgan del mesón electrónico.
Ahora soy el que cierra la puerta y el que apaga la luz, literalmente.
Cuando todos salen, doy vuelta al cerrojo y camino hacia la calle,
vuelvo a ver los mismos letreros luminosos
y comienzo a sustitiur sus vocales de nuevo
y viajo hacia el amanecer
recordando mis nuevas palabras:
Bindo Lomen, Misece Gripuri, Mesoce Nirtiñe.

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