lecturas y otros malos hábitos
Antier leía la estadística de que el mexicano promedio lee 1 libro 1/2 al año y que el noruego promedio lee 24 en el mismo periodo. No me extaña nada.
Mis hábitos de lectura han cambiado mucho con los años.
En la preparatoria leía, además revistas de música y manuales de sintetizadores y computadoras, novelas.
En la Universidad además de revistas de música y manuales de sintetizadores y computadoras, leía revistas de contracultura y arte (ajoblanco siendo la más fascinante de todas). También seguí leyendo novelas y me empezaron a gustar los ensayos literarios. Descubrí (sin resolver) ese eterno laberinto que llaman Poesía.
Era el único guey que en la facultad de Economía que junto con los libros de Adam Smith, Keynes y Dornbursh, también sabía (un poco) de Borges y Rulfo.
Por eso está el País como está...
Entre los 24 y los 28 años leí, además de revistas de música y manuales de sintetizadores y computadoras, mucha poesía y cuento. Creo que me pasé un par de años leyendo de manera exclusiva cualquier texto de Fernando Pessoa (y otros poetas portugueses) que cruzara mi vista.
Mi ritmo era bueno y seguramente leía entre 20-30 libros por año.
Ahora mi ritmo de lectura ha bajado (como mi líbido. ja!) y no creo leer más de 8-10 libros al año. Además de revistas de música y manuales de sintetizadores y computadoras, ahora leo casi de manera exclusiva, libros de historia y teoria musical (preferentemente música electrónica).
Sin embargo, leyendo un correo de mi buen amigo Daniel Salinas, recordé que hace unos meses leí un libro que me fascinó enormemente. Un libro que leí sin parar de principio a fin con la emoción de un chamaco de 11 años viendo un playboy. No haré aquí una reseña del mismo, esperando que Salinas la haga en su columna o en su blog (ya te embarqué mi estimado Daniel).
El libro en cuestión es The Surrender de Toni Bentley.
Pueden hojearlo (sólo algunas páginas) de manera virtual:
aquí
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