algunas canciones
Hay discos que tengo y que tardo muchos años en volver a escuchar. Son discos que estan guardados en un librero y que regularmente se atraviezan a mi mirada y nos reconocemos, pero que muy rara vez los saco de sus cajas y los pongo a tocar.
Hoy mientras desemplovaba una caja de ritmos, mi vista se encontró, como otras tardes, con uno de ellos y un impulso nostálgico me hizo colocarlo en el cd player.
Desde el comienzo de las primeras notas y las primeras sílabas de la cantante, recibí un golpe súbito de recuerdos y hasta sentí cómo mi corazón se brincaba un latido.
La última vez que me pasó algo así, fue una noche cenando en ese nefasto restorán que se llama Sanborn´s, cuando de pronto pasó a mi lado una mujer treintona, casi cuarentona, con el par de nalgas más bellas que he visto en una mujer madura en mucho tiempo; en el momento en que mis ojos delineaban su sublime derriere como quién reconoce una señal milagrosa, sentí que mi corazón perdía -o se brincaba- un latido. La sobrecondimentada sopa de tortilla, de pronto tenía un sabor exquisito y terminé comiendo con una sonrisa idiota, y hasta dejé el doble de propina.
Era lo menos que podía hacer, aunque los responsables de mi felicidad repentina no fueron los empleados de ese sobrevaluado lugar, ni siquiera su comida; sino alguna deidad que se apiadó de mi soledad alimenticia y como prueba divina, me mandó: una arritmia cardiaca.
En qué iba? Ah si!, en ese disco que me hizo perder un latido del corazón. Conforme avanzaban las canciones y terminaba de desenpolvar mi cajita de ritmos, mis ojos se inundaban de lágrimas como quinceañera virgen después del primer coito. Fue un golpe de emoción incontenible e incontrolable, de flashbacks que repasaban mi vida en un segundo, de recuerdos que no recordaba tener -valga la redundancia- y de emociones que tenía escondidas en mi.
Un instante de cordura cayó sobre mi y puso pausa a la escena de telenovela venezolana que yo protagonizaba y cai en cuenta en lo ridículo que es tener 33 y llorar de felicidad por algunas viejas cancioncillas de synth-pop de adolescencia y me empecé a reir de mi mismo y de mi lado sentimentaloide; y decidí guardar las lágrimas para cuando ese malvado de El Destino, salpique con dolor mi vida...
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